Hoy vi mariposas volar, mariposas blancas de silueta difusa. La punta de sus alas era negra y contrastaba con el cálido perla tenue que coloreaba su envergadura. En lo efímero de su vuelo yace el peso de una importancia ecológica inimaginable. Su danza sin suelo llena de vida al mundo, un aleteo sin orden que ayuda al orden.
Una de ellas entró en mi casa, sobrevoló el pasillo y aterrizó en mi recámara. Intenté persuadirla para que escapara de mi mano hacia la ventana, pero mi mamá logró persuadirme a mí antes de salir por el mandado. En plena travesía mientras cargaba frutas, me enteré de que soy un inútil. Por más ordenado que sea mi caminar, no influye en ningún orden. Por más disciplina que aparente, mi espalda no soporta el peso de lo poco que importa, mis pisadas llenan de decepción al mundo. Volví a casa y miré asombrado cómo la mariposa se convirtió en capullo, decorando la pared justo debajo del ventanal. Sé que algunas especies lo hacen a pesar de estar en su etapa adulta, pero no tuve tiempo de reflexionar sobre ello. Postrarme en el lecho de sueño me traía apurado.
En la patética comodidad del colchón seguí reflexionando sobre mí mismo. Todos los caminos conducían a Roma, y Roma era el no nacer. Pasaron las horas y la penumbra cubrió las cuatro paredes. No era digno ni de tener luz; no hice por apretar el interruptor. Me cansé de pelear y decidí actuar.
Mamá con anterioridad mencionó que papá no podía dormir, que necesitaba ayuda en sus noches de insomnio. Eso fue suficiente para llegar a varias conclusiones. Como nadie se preocuparía de tener vigía de mí, revolví el cuarto de mamá y papá, voltee las cajas y finalmente lo encontré. La ayuda para el insomnio, yo no tenía insomnio, o al menos no lo suficiente como para necesitarla. Pero hoy me sería de ayuda.
De nuevo en mis 4 paredes, cerré la puerta con seguro y me senté en la cama. Dejé mi ayuda en la mesa de noche y reflexioné sobre mí. No pude persuadirme para salir de mis tormentos, tomé el frasco color café y de un trago amargo y difícil de pasar ingerí todo el contenido.
De inmediato, un dolor de tripa invadió todo mi ser, pero cualquier malestar era insignificante comparado con mi mente. Me recosté e intenté pasar de forma serena mi alivio. Volteé a mis alrededores mientras me dormía pacífica y dolorosamente. Logré divisar el capullo que tenía signos de movimiento. Ya cuando mis párpados se veían entrecerrados, emergió una mariposa grande, de envergadura negra con una leve pincelada de blanco perlado que revoloteó por la habitación. Finalmente, aterrizó a mi lado. En ese momento, sentí un peso sobre mi espalda, peso que mis conocidos sentirían. Mis ojos se cerraron por completo y pude volar en desorden